Mario Benedetti decía en uno de los poemarios de frases sobre el amor y la vida:  “Si habito en tu memoria no estaré solo”, y no hay duda de ello, a día de hoy, sobre la persona de Millán Santos. El nombre del cura y maestro está en la memoria de muchas personas que le conocieron, en una plaza del barrio vallisoletano de las Delicias con una estatua sedente en piedra blanca porosa de Alcor, de los Montes Torozos, obra del escultor Lorenzo Duque, en el nombre de la Universidad Permanente Millán Santos de la Universidad de Valladolid, en la constante referencia a sus enseñanzas en la Federación de Educación de Adultos Paulo Freire (FeCEAV), en la parroquia católica de Santo Toribio, de la que fue titular tantos años, y recientemente en la nueva denominación de una histórica asociación vecinal, la Asociación Familiar Delicias (AFD), su nombre propio original era El Túnel en clara referencia al modo de acceso al barrio, que ha decidido poner el nombre de Millán Santos en su identificación nominal. El 11 de noviembre es la fecha de su onomástica, un día oportuno para recordar su legado. De él se podría decir que en su acción pública hizo suya la reflexión clásica de Platón en el diálogo La República: “Buscando el bien de nuestros semejantes encontraremos el nuestro”.

   Tres anotaciones, de los muchos momentos compartidos con él, muestran su esperanzador sentido colectivo de mejorar las condiciones de vida de la gente. La primera hace mención a una breve reseña de su biografía. En conversaciones informales nos hablaba de sus experiencias como sacerdote, tras su ordenación en 1949, siendo capellán militar en Larache, alfabetizando e instruyendo en conocimientos básicos a grupos de soldados, como cura rural en Bercimuel, en las cercanías de Ayllón, en Carbonero Mayor, donde experimentó penurias económicas, más tarde en Traspinedo y en Santibáñez de Valcorba, ya en la provincia de Valladolid, contribuyendo a dinamizar la Acción Católica Rural. En 1962 fue nombrado coadjutor de la parroquia del Salvador en Valladolid, y un año después Consiliario de la Acción Católica Femenina, impulsando la creación de Centros de Cultura Popular y Promoción Femenina, de colegios/residencia para mujeres rurales, de campañas contra el hambre en el mundo, origen de la entidad actual Manos Unidas, de la librería Senda, ya desaparecida, para poder adquirir libros de formación militante en educación, sociología y religiosidad. Su destino definitivo será una nueva parroquia en 1968, ubicada en el barrio de Las Delicias, bajo la advocación de Santo Toribio de Mogrovejo. Allí formara parte de un equipo de curas, de un colectivo de dominicos y de seglares, en coordinación con otras comunidades de otros barrios de la ciudad, construyendo una imagen distinta de la Iglesia católica y dando lugar al movimiento de Comunidades Cristianas Populares. Los locales parroquiales estarán abiertos para reuniones sindicales, políticas y acciones de protesta como huelgas de hambre y encierros en favor de los derechos de los trabajadores. Acompañando en esta labor la elaboración de octavillas a través de una impresora vietnamita, situada en un espacio bien discreto de los locales adjuntos a la nave que sigue haciendo de iglesia. Estos serán espacios para poner en marcha iniciativas asociativas, de trabajo, culturales y deportivas, donde se celebrarán los Sábados Culturales, surgirá el Circulo de Cultura Popular, germen de la FeCEAV, el colectivo juvenil Nueva Unión, el club deportivo/cultural del Tori, Millán era un gran aficionado al futbol y socio paciente del Real Valladolid. Entre 1972 y 1975 realizará la carrera de magisterio, convencido de que los curas tienen que trabajar y hacerlo como educador para él era  una buena opción.

En coherencia con este modo de actuar las palabras de Millán en una homilía, solidarizándose con las huelgas del movimiento obrero, fue causa de reclusión por un tiempo en el Monasterio de Silos, y su posición política, consecuente en favor de un régimen democrático, hizo que no se librara de amenazas e intentos de secuestro en su domicilio de calle Cartagena por parte de un comando de ultraderecha en la primavera de 1976, y de un exilio temporal en el barrio madrileño de Vallecas.  La presencia de Millán en la creación de un movimiento vecinal en Delicias en 1972 fue notoria desde un segundo plano, el de la Asociación Deportiva Pisuerga, predecesora de la AFD, como lo será en la constitución de la Federación de Asociaciones de Vecinos Antonio Machado, sugiriendo su denominación y apoyando con su firma en representación de la AFD, como consta en el acta, junto con la de los demás constituyentes, un doce de enero de 1980.

Una segunda anotación, el ambicioso proyecto de la Casa Municipal de Cultura en Delicias, en palabras suyas, escritas en 1993: “En papeles viejos que uno conserva, donde quedaban reflejadas las inquietudes y andanzas de distintos grupos del barrio Delicias -un barrio entonces emprendedor y conflictivo, ahora más domesticado y acaso más pasivo-, todavía puedo leer: ‘Necesitamos con urgencia una Casa de Cultura’, y en alguna nota de prensa de aquella época: ‘los vecinos de Delicias reivindican una Casa de Cultura para el barrio’. “Y es que todos”, sigue el texto que se publicó en un libro-homenaje a los 10 años del Centro Cívico Delicias, como ahora se denomina, “sentíamos la necesidad de espacios más amplios donde poder canalizar las actividades” del barrio. Millán también recordaba “con gratitud y afecto” a la concejala socialista de Cultura Pilar García Santos, calificándola de “inspiradora y animadora del proyecto más que nadie y de su puesta en marcha”.

Y una tercera anotación, la que se expresa en sus cuadernos personales, apuntes de frases cortas, con palabras en clave, en esquemas inconclusos, con conceptos entre interrogantes. En ellos habla del valor de la participación, de la segmentación de los derechos de la clase trabajadora, de la marginación y exclusión de los colectivos sociales, de la dualización de la sociedad como forma de segregación, es una muestra fiel de lo que exponía en público. Para Millán era imprescindible construir un sistema de relaciones nuevo, dónde el concepto de ciudadanía estuviera unido al de participación y democracia, porque entendía “la participación ciudadana como un proceso educativo en el que todos nos educamos colectivamente y aprendemos a trabajar juntos”. La urdimbre de esta nueva cultura política, decía Millán, requerirá de unos mimbres, de unas relaciones en las que todos seamos actores, tanto los políticos, como los técnicos, las asociaciones y las personas individuales que conformamos el tejido social. En su opinión convendría rescatar del olvido el viejo concepto aristotélico de concordia política, consistente, no en que los ciudadanos tengan las mismas ideas y opinen lo mismo, sino en el establecimiento de una comunidad de propósitos persiguiendo los mismos fines con respecto a los asuntos públicos. La visión poética de Millán lo reflejaba acertadamente: “Ya no pueden seguir así las cosas/ hay que escribir con líneas nuevas/ los nuevos hechos de la Historia. / Hay que borrar las viejas trampas…Porque ya no se puede/ construir sobre arena, / ni ensuciar con las manos la belleza/, ni respirar el aire nauseabundo…/ Hay que dar validez a la Palabra”. Con este talante debería ser recordado el maestro Millán, a la vez que lo aprendido con él siga dando frutos de compromiso.  “¡Que así sea!”, como gustaba terminar sus intervenciones públicas.

Por Jesús Ojeda Guerrero, investigador en Ciencias Sociales