Él se definía como un hombre en ‘situación’. Es cierto que hay personas que por su acción están en la urdimbre del paisaje social y urbano, y por tanto, el desarrollo de su tiempo histórico no es entendible si no conjugamos su presencia con la vida de las gentes del vallisoletano barrio de las Delicias. Desde la distancia que proporciona el paso de los años, interpretamos que hubo un destino misterioso en una persona, una llamada a compartir, en los albores de los setenta del siglo pasado, las formas de asentamiento de la población obrera inmigrante en un Valladolid, paradigma del crecimiento explosivo de nuevos barrios “que sostendrá el despertar económico local” (Basilio Calderón y otros, 1995: 61). En conversación con Jesús Bombín para conmemorar el veinticinco aniversario de la Parroquia de Santo Toribio definía el fin de la misma: “no ha sido otro que vivir en estrecho abrazo con la gente comprometida, con la gente que menos expresión tenía porque no eran escuchados”(El Norte de Castilla, 17.12.1993). Con Vidal Arranz: “El barrio de Delicias tenía en 1968 demasiada población para sólo dos parroquias y se decidió crear una tercera. Yo había trabajado anteriormente en medios rurales y creo que resultaba molesto. Esto estaba tan lejos que quizás traerme aquí resultaba tranquilizador. No lo sé. Pero para mí fue estupendo. Ponerme en contacto con la realidad obrera…La mayoría de la población procedía de los pueblos y tenía el problema de la integración a un medio urbano. Además, la infraestructura de las calles era muy deficiente y la gente estaba hipotecada porque tenía que pagar la vivienda. Era una situación muy difícil, agravada por la ausencia de libertades”(El Mundo de Valladolid, 2.03.1994).

Guillermo Diez en una columna de colaboración definía la trayectoria de Millán y de sus compañeros de andadura: “Con dictadura o sin dictadura, con mayor o menor libertad, ellos siguieron realizando la misma actividad de siempre, quizás dando a cada nueva circunstancia un cariz distinto”(NC, 28.04.1994). En otra entrevista posterior con Germán Vivas: “Mi experiencia me dice que lo mejor es estar con la gente, sobre todo cuando tiene problemas. Todo lo que no sea caminar por la bondad y el amor tiene poca utilidad educativa” (MV, 7.02.1998). Fernando Manero, al congratularse del homenaje que la Universidad de Valladolid organizó a Millán en 1998, tomaba de Antonio Buero Vallejo el enunciado teatral de su obra para referirse a él como ‘un soñador para un pueblo’, “personifica todas esas cualidades y sin lugar a dudas simboliza como pocos lo que toda una vida de dedicación puede dar de sí cuando se es consciente del mundo en el que se vive y de la alta dosis de entrega que es preciso aportar para la consecución de un proyecto o un ideal en el que se cree por encima de todas las cosas”. Y añadía: “lo cierto es que tampoco resultaba sencillo semejante empeño… Era una sociedad atomizada, fragmentaria, atraída laboralmente por el señuelo de la gran ciudad y afanada en la búsqueda prioritaria de la vivienda. Con estos mimbres y en un contexto así, Millán, y con él quienes secundaron su iniciativa, emprendieron con tanta voluntad como falta de medios el proceso de dignificación del barrio de las Delicias”. Manero apoyaba entonces el acierto de los profesores de la Facultad de Educación al reconocer “la trayectoria de un hombre que ha sabido aplicar, con frecuencia en solitario y luchando denodadamente contra el tiempo o en medio de la indiferencia, muchos de los valores… del ilustre pedagogo brasileño” (NC, 21.02.1998).

Contaba Vivas, unos días después de fallecer Millán, en una de las últimas entrevistas a principios de 1998, sentado en el sofá de su casa del Paseo del Arco de Ladrillo, cómo revivía con 72 años sus recuerdos al hablar de Paulo Freire: “Fue una época muy difícil, casi todo estaba prohibido, pero no sólo por la Iglesia, sino también por la Policía. Las informaciones sobre Latinoamérica y los libros de Paulo nos llegaban clandestinamente”(El Mundo. Diario de Valladolid, 11.03.2002). Fernando Valiño daba cuenta de la aprobación por la Universidad de Valladolid de incorporar al nombre de la Universidad Permanente el de Millán Santos, al mes de fallecer: “«Es nuestro Paulo Freire», manifestó el vicerrector de Extensión Universitaria, Mario Bedera, responsable de la propuesta”(NC, 11.04.2002). En el obituario Enrique Berzal reseñaba cómo en 1974, al regresar a las Delicias, después de una estancia en el barrio madrileño de Vallecas a consecuencia de la agresión sufrida por parte de la extrema derecha de Valladolid, “pone en marcha una de las actividades más famosas del barrio y, desde luego, de la ciudad entera: la educación de Adultos”(NC,10.03.2002). Y Julio Valdeón concluía su ‘Zoom’: “En su momento recibió, tanto a nivel universitario como popular, los homenajes que se merecía. Te has ido, Millán, pero nunca te olvidaremos” (MDV, 12.03.2002).

A través de su columna ‘Desde el Pisuerga’, Vidal Arranz, con el título ‘Millán vive’, al día siguiente de su muerte escribía: “La auténtica muerte es el olvido. Y la única resurrección que puedo comprender radica en la capacidad de algunos hombres tienen para dejar una huella indeleble en la memoria de los otros, perpetuándose en su recuerdo” (MDV, 10.03.2002). Meses después un sacerdote amigo, Domicio Cuadrado, a propósito de la colocación de la estatua de Millán en una plaza del barrio de las Delicias, apuntaba, haciendo mención a una cariñosa expresión con la que le saludaban sus compañeros, la de ‘Millán, el que se mete en todos los charcos’, y compartía estas palabras: “Todo esto tuvo en la vida de Millán Santos una explicación y también una lógica, y fue fruto de una coherencia, porque Millán siempre fue un hombre de fe, un gran creyente, una gran sacerdote y además, un hombre bueno” (NC,16.10.2002). Al tiempo Cristina San José anotaba algunas de las expresiones que se dijeron en el acto: “Millán se erige en piedra para estar de nuevo entre los suyos: «Aquí estarás para siempre, con los niños que juegan, con los mayores que toman el sol. Dentro de algunos años alguien se sentará a tu lado y preguntará quién eres. Contestaremos nosotros, los herederos de un sueño, el tuyo»…«Decía el poeta Tagore que por encima de las nubes siempre brilla el sol. Hoy, a pesar de las negras nubes del egoísmo y la injusticia, brilla la figura y el ejemplo de Millán Santos»”. J. Manuel de la Huerga iniciaba su crónica de lo vivido en el homenaje de esta guisa: “Asistimos el martes a nuestra canonización popular. ¡Qué jornada gloriosa venimos soportando los agnósticos! Estoy seguro de el cura Millán se troncharía de risa con este comentario” (MDV, 17.02 2002). Más recientemente Jesús Anta, al construir su trayectoria vital en su sección de ‘Personajes e Historias’, escribía: “Sus acciones y su apostolado irradiaron a toda la ciudad y dejaban muy claro su apuesta por la democracia y la libertad. Pero, sobre todo, fue una persona que supo escuchar y empatizar con su entorno, especialmente entre las clases más humildes” (El Día de Valladolid, 23.02.2022).

En septiembre del año pasado se conmemoró el centenario del nacimiento de Paulo Freire, por ende, este tiempo tan convulso, de deriva política empobrecedora y bélica sería un buen momento para hacer memoria relacional de estas dos personalidades y aprovechar para revivir con sentido crítico y solidario lo que en uno de los cuadernos Millán dejó escrito: “Todos son capaces de crear algo, a semejanza del alfarero, el que lee, la que va aprendiendo cómo se hace una frase, esas personas crean y se convierten en palanca inicial del cambio social. De acuerdo con Freire, la utopía es posible, al hacer lo que se decide, soñando y mimando los procesos de la educación”.
Jesús Ojeda Guerrero, investigador en Ciencias Sociales

Publicado en el Norte de Castilla el 7 de marzo de 2022