La escritora india Arundhati Roy en su novela El ministerio de la Felicidad Suprema (2017) habla de la sinrazón de las fronteras con esta acertada metáfora, invitando a tener una perspectiva a largo plazo: “La normalidad en nuestra parte del mundo es un poco como un huevo duro: su inocua apariencia esconde en su centro una yema de violencia atroz. Nuestra ansiedad constante frente a esa violencia, nuestro recuerdo de lo que ha provocado en el pasado y nuestro temor de lo que pueda llegar a provocar en el futuro establecen las reglas para que personas tan complejas y diversas como nosotros continuemos coexistiendo, continuemos viviendo juntas, tolerándonos y, de vez en cuando, asesinándonos. Mientras el centro se mantenga, mientras la yema no se deslice, estaremos bien”. ¿Y dónde pudo estar uno de los puntos de ignición? En los límites diseñados. El Parlamento inglés, antes de cerrar por vacaciones, aprobó el 18 de julio de 1947 la Ley de Independencia de la India, y al atardecer del 14 de agosto, coincidiendo con la noche del destino, fiesta musulmana, Pakistán por su parte, y la India por la suya en la mañana del 15 de agosto, denostada esa fecha por los jyotisbi, los astrólogos indios, representantes del poder más poderoso de la India, pasaron a ser dominios independientes de la corona británica bajo la tutela de un gobernador general, el entonces virrey Lord Mountbatten.

El 8 de julio, un abogado de prestigio, Cyril Radcliffe, había llegado a la India con un mandato del gobierno laborista inglés, diseñar una línea de fronteras en el mapa de la península indostánica de casi tres mil kilómetros, basándose en criterios de mayorías religiosas, de la forma más equitativa posible sobre un plan diseñado por el Comisionado de Reformas Políticas del virrey, el indio coolie Vappala Pangunni Menon. Radcliffe nunca había viajado más allá de París, era un funcionario competente y aceptado por los representantes del Partido del Congreso (PC) y de la Liga Musulmana (LM), gracias a su imparcialidad por  desconocimiento de la realidad. Solamente alguien de su entorno, su secretario particular, Christopher Beaumont, tenía algún conocimiento por su labor administrativa en el Punjab. El que será nombrado Caballero de la Gran  Cruz del Imperio Británico estuvo al frente de dos comisiones de límites, compuestas por cuatro jueces, dos del PC y dos de la LM, para Bengala en el este y para el Punjab en el oeste, resolviendo por su cuenta cuando no se alcanzaba un acuerdo. No pudo contar con asesores ni expertos de la Organización de Naciones Unidas por expreso boicot británico, el Raj no quería testigos de lo que se estaba debatiendo para “evitar la apariencia de que necesitaba ayuda externa para dejar de gobernar su propio imperio”. Sin mapas y censos actualizados, sólo algunos criterios generalistas como diseñar espacios en donde habitasen mayorías, bien de hindúes y sijs, o bien de  musulmanes, aunque a la luz de las fronteras diseñadas parece que se tuvo en cuenta también algunos cursos de los ríos, infraestructuras existentes, espacios de cultivo y sistemas de riego, no dando importancia a una hipotética defensa militar de fronteras. El plazo que le impuso el virrey a su antiguo profesor fue de cinco semanas. Este cumplió su cometido entregando su propuesta, los llamados premios Radcliffe, el 9 y 12 de agosto, el virrey retuvo la información hasta el 17, tres días  después de las celebraciones en Karachi y en Nueva Delhi con los izados de banderas. El abogado volvió a Londres el mismo día 15, previamente había quemado todos los borradores y documentos elaborados, superado según comentó por no soportar el clima y con la seria preocupación de ser asesinado, rechazando recibir las 40.000 rupias (unas 3000 libras de entonces),  minuta presupuestada por su trabajo. En una entrevista en 1971 con el activista indio por la paz, Kudip Nayar, se reafirmó en que no importaba lo que hubiera trazado, el sufrimiento de la gente iba a ser inevitable como él mismo lo pudo  comprobar por la prensa y por la cantidad de cartas de demandas que tuvo a causa de las frontera diseñadas. Mountbatten, a su vez,  llegó a estimar de forma cínica que cien mil muertos era un “nivel aceptable de violencia”. Mientras en esos días más de 15 millones de hindúes, musulmanes y sijs se encontraban sin saber a qué país pertenecían, generando la mayor emigración conocida, y aún hoy no se ha podido calcular “el número exacto de personas que fueron asesinadas, quemadas, macheteadas, golpeadas y torturadas hasta morir. Quizá un millón, quizá dos millones, murieron en los meses después de la partición” en palabras del historiador Richard Hough.

El 16 de agosto de madrugada los representantes de ambas comunidades tuvieron en sus manos durante dos horas las copias de los documentos con las líneas de separación. Hay autores solventes como Anthony Read y David Fisher en su libro El día más orgulloso: El largo camino de la India hacia la independencia (1998), que argumentan que se dieron algunas circunstancias que permiten aseverar que hubo filtraciones previas de mapas y correcciones, en concreto referidas al Punjab, que pudieron ampliar el dominio de la India. ¿Pudo ser Mountbatten o su esposa Edwina  por su amistad con Nehru, o el secretario adjunto indio que previamente informaran de las demarcaciones?

Como símbolo de representación y recuerdo de identidad de fronteras hay una ceremonia diaria, antes del anochecer, en Wagah, ciudad punjabi, donde la Grand Trunk Road se cruza con la Radcliffe Line, a mitad de camino entre Amritsar en India y Lahore en Pakistán. Allí se reúnen a ambos lados de la puerta un buen número de indios, pakistaníes y curiosos turistas, dando aplausos y vítores de “¡Pakistán Zindabad!” y “¡Jai Hind!” ,“¡Larga vida a Pakistán!” y “¡Viva la India!”. Las Fuerzas de Seguridad Fronteriza de la India de caqui y Los Rangers de Pakistán de negro, todos ellos tocados de un turbante con peineta de color, escenifican “un desprecio cuidadosamente coreografiado” a la par al bajar la bandera de ambas naciones, que sirve de termómetro de su relación.  En el pensamiento de alguno de los asistentes: “Somos la misma gente, somos hermanos, pero vivimos bajo dos gobiernos enemigos”. Pasos, saltos y gritos marciales que finalizan con un apretón de manos del funcionario de turno de cada país para oficializar el cierre de la verja fronteriza.

Y por el contrario, sin embargo, hay un querer entenderse y convivir. La investigadora Ana Ballesteros ha documentado acertadamente en 2019, a propósito de las variadas formas culturales de encuentros (literatura, cine teatro…) iniciados por colectivos de mujeres en 1979, cómo se vienen dando desde hace años, para sanar en parte la herida de la frontera de dos países con un pasado común, varias guerras y un equipamiento nuclear amenazante bajo gobiernos actuales que cultivan una actitud beligerante, las acciones comunes de “superar las divisiones y practicar una diplomacia cultural de la que se pudiera beneficiar la población” a través del contacto humano, la mejor herramienta de construcción de humanidad según Gandhi.

Jesús Ojeda Guerrero, investigador en Ciencias Sociales