La poesía es vida,  tan necesaria como el pan y el aire que respiramos, decía el poeta Gabriel Celaya en uno de los poemas de “Cantos iberos” (1955).  De la lectura de la poesía del cura y maestro Millán Santos se desprende la declaración de sus sentimientos y espiritualidad, de los pensamientos que le envolvían como reflejo de lo vivido y de los proyectos  que   pergeñaba en su activismo militante. Un cura de barrio que “gustaba de hacer poesía” como expresión de su compromiso al compartir los sueños, problemas e inquietudes de los vecinos, así lo definía Antonio Verdugo Hernando en el blog del Taller de Literatura (2014) “Lee los lunes” de la parroquia de Santo Toribio en las Delicias,  para animar a los más jóvenes a escribir.  Lo conocido de su labor poética es un conjunto reducido de poemas, en verso libre o en rimas consonantes, localizados entre las hojas de sus carpetas y en alguno de sus cuadernos, que engarzan a modo de relato biográfico con los tiempos  y lugares  de su actividad social. En ellos están depositados sus  anhelos, la mirada ingenua de esperanza, algunas veces de cabreo, de lo que le subleva, cargado siempre de un optimismo persistente porque se pueden construir los hechos de la Historia en un tiempo nuevo.

En el poema “Voces íntimas”, compuesto en sucesivos intentos entre 1987 y 1988, según anotó él mismo, hay una clara declaración de intenciones, al aire del ‘senequita’, apelativo cariñoso con el que Teresa de Jesús se refería a Juan de la Cruz, de este místico Millán era capaz de recitar de memoria una parte de los casi ochocientos versos que escribió: Quiero vivir la vida a borbotones./ Mascar el sol y degustar el viento. /Quiero sentir la brisa de tu aliento./ Y moverme al impulso de tus dones./ Me cansa caminar buscando a tientas,/un resquicio de luz en la espesura;/ necesito el calor de tu ternura/ con que sin merecerlo tú me alientas”. Y del reformador glosa “Mil gracias derramando/ pasó por esos sotos con presura/ y yéndolos mirando/ con sola su figura/ vertidos los dejó de su hermosura”, de forma paralela: Era de Galilea,/ pasó sin hacer ruido/ y todavía la huella de sus pies/ está caliente y su espíritu es brisa que acaricia./ Vive en quien busca a oscuras/ Senderos de verdad, y en quien reparte transparencias de luz y flecos de ternura (sic).  En otro poema, con el mismo título del primer verso, de 1990 como lo refleja en uno de sus cuadernos: Ya no pueden seguir así las cosas,/ hay que escribir con líneas nuevas,/ los nuevos hechos de la Historia…/Porque ya no se puede/ construir sobre arena,/ ni ensuciar con la manos la belleza,/ ni respirar el aire nauseabundo…/ Hay que dar validez a la Palabra/ y dar rienda al corcel de la ternura”.

En su labor de maestro el poema “Capacho de estrellas” (1992), dedicado a una mujer y a muchas mujeres que aprendieron a leer y escribir en los Colectivos de Educación de Adultos de Valladolid: No sabía leer/ pero sus ojos, claros, transparentes/ eran como ventanas abiertas a la luz./ No sabía escribir,/ pero sus dedos ligeros, saltarines/ trazaban rasgos de dolores/ en un espacio imaginario./ Así años y años,/ un tiempo casi eterno,/ una tarde por fin, no sin rubor,/ rompió valiente/ la barrera del miedo,/ un miedo fantasmal,/y cambió todo./ En la mesa-pupitre cada día/ zurcía ansiosa con otras compañeras/ trocitos de palabra./ La tiza blanca/ grabó en el surco de su mente una lluvia de letras,/ y en la pizarra quedó transcrito/ un CAPACHO DE ESTRELLAS…. Concluye este canto al aprendizaje dando testimonio de lo acontecido: Este hecho, doy fe de ello,/ sucedió una tarde cualquiera,/ en un barrio cualquiera.

A una parte de este legado poético se puede acceder digitalmente a través de la colección de poemas recogidos en la Red Delicias, donde en estos tiempos obscuros para la paz entre los pueblos,  se reclama la urgencia de una poesía que nos conmueva y nos muestre el camino hacia la convivencia y el reconocimiento de nuestra humanidad en el otro, como cierra uno de los más hermosos poemas Millán Santos: Hay que dar validez a la Palabra/ y dar rienda al corcel de la ternura”.

Jesús Ojeda Guerrero, investigador en Ciencias Sociales